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LO IMPORTANTE NO ES LA CARGA,…




No importa el peso de la carga, por grande que sea no importa, no es lo que importa y si del tamaño de la carga se trata ¿Cuánto puede pesar el mundo entero, con todos sus continentes, con todos sus mares, con todas sus creaturas, con sus elefantes más grandes y pesados, con todos los cachalotes y con todas las ballenas azules y si existiera.., hasta con la gigantesca Moby Dik?, seguramente que el peso resultante será colosal y sin embargo no importa, lo que realmente importa, lo verdaderamente importante no es el peso de la carga sino los hombros que la soportarán, sin importar cual sea la carga o cual su peso.

Los griegos lo sabían, por eso representaban al mundo sostenido por Atlas quién seguramente pensaba  “mis hombros sostienen al mundo, a los hombres y a sus ideas”. No es la carga, lo que importa es la fuerza del que la carga, es su capacidad para soportarla, son sus hombros, su cuello, su columna vertebral, sus brazos, sus células, lo que importa es el soporte, la estructura, pues por grande que sea el peso a cargar, no importa sí quien lo debe soportar puede hacerlo. Esto que es una ley física, también es una ley social gracias a la que podemos explicarnos porque ante la peor adversidad, algunos pueblos pueden sobreponerse, soportar los peores temores y cargas y escapar a desastres inminentes, catastróficos, fatales.

Recordemos algunas proezas indispensables para el mundo de hoy, como la de los pueblos asiáticos que atravesaron, rumbo a América, el estrecho de Bering en la última glaciación,, o a los españoles que en el siglo XVI llevaron su reino desde Alaska, hasta la Tierra del Fuego y desde el Océano Atlántico hasta el Pacifico, antes que se asentara la primer comunidad inglesa en América, al puñado de griegos que enfrentaron victoriosamente a los persas en Maratón, al pueblo chino que construyó la Muralla China y que esculpió un ejército en terracota, a los romanos creando un sistema legal que todavía impera en el mundo, o a los ingleses soportando estoicamente el bombardeo nazi en la Segunda Guerra Mundial, o a los norteamericanos expandiéndose a partir de sus trece diminutas colonias en la costa oriental de Norteamérica, también nos permite comprender porque Beethoven pudo componer la Novena Sinfonía estando totalmente sordo, o a Tomas de Aquino que pudo escribir y recorrer a pie y de punta a punta toda Europa. Porque lo importante para cualquier persona, como para cualquier nación, ahora y en cualquier época, es la fortaleza, la actitud y la entrega y no las cargas como el infortunio, la adversidad o el temor.

México lleva algunos siglos ya existiendo como Nación y algo menos como Estado, nació en condiciones ideales, dotado de una población socialmente bien integrada, con un territorio vastísimo, con grandes riquezas en mares, tierras y en sus entrañas, pero por desgracia sólo hemos sabido ser dependientes, primero fue de Madrid y luego de Washington, y tal parece que si no hubiera sido Washington nuestra actual metrópoli, entonces sería Guatemala o Haití, porque sí bien en 1921, año de nuestra independencia, éramos el pueblo con mayor riqueza del mundo, en contraste carecíamos de lideres a la altura de todos los dones gratuitamente recibidos.

Enumerar las tragedias de los fatídicos siglos XIX y XX y explicarlas a través de nuestra dependencia al amo del Norte, es cosa sencilla pero para eso debemos estar preparados con un par de baldes –de los más grandes- para derramar en ellos litros de lágrimas de impotencia y de admiración a nuestra suprema idiotez nacional y a los débiles hombros de nuestros líderes y gobernantes. Pero el siglo XXI llegó con la promesa de una Era nueva para México, la de la Democracia, Vicente Fox asumió la presidencia en el 2000, en un proceso electoral sin paralelo en nuestra Historia, pero toda la algarabía pronto se convirtió en desilusión pues nuestro héroe resultó un tipo frívolo e inepto, un cabeza hueca, un farsante al cual México aplaudió al unísono el día que se fue. Ahora sabemos que este pelmazo a duras penas podía mantener la vertical de su alargada humanidad, así que esperar de él la fortaleza y el talento para soportar las grandes cargas nacionales y llevarnos a buen puerto, sería como pedirle peras al olmo.

En 2006, en una apretadísima contienda electoral fue elegido Presidente de México Felipe Calderón Hinojosa, un político sagaz y perseverante, de quien se esperaba que, con creces, estaría a la altura de las cargas que debe soportar el presidente de un país de 120 millones de habitantes, rico en petróleo y en bienes naturales, ubicado en el lugar más estratégico del mundo, pero a Felipe Calderón sólo le importó apuntalar a su pandillita depredadora, a sus amigos y controlar a su partido para convertirse en dictador y caudillo, todo lo demás le importó menos que un cacahuate, así que ni siquiera intentó impulsar a México, se ganó a pulso el desdén nacional e hizo que extrañáramos a Vicente Fox, escurridizo y tramposo sólo tuvo éxito en llevarse consigo hasta el más profundo fondo del desprestigio a los demócratas de su partido, ahora convertidos en aplaudidores y borregos.


Así que la mayor de todas las cargas y lastres que nos hunden en el pantano de la impotencia y la pobreza de todo, es la incapacidad de nuestros gobernantes para despojarse del espíritu faccioso, del ánimo de revancha idiota, de la avidez y de la falta de sinceridad y de patriotismo, Felipe Calderón está más emparentado con las camarillas de déspotas ilustrados del siglo XIX que con los demócratas modernos, está más cerca de los tiranos y de los caudillos de pacotilla, que de los ciudadanos libres que en México han brillado… por su ausencia, así que seguimos en la misma situación en que estuvimos cuando en 1825 el embajador norteamericano Joel Roberts Poinsett diagnosticó a nuestros líderes como codiciosos, traicioneros, indignos de confianza, embusteros, ventajosos, valientes solo cuando la ventaja los acompaña y en suma vaticinó que, como adversarios,  seríamos la más fácil de todas las presas.


POR Antonio Limón López.


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